Recorriendo la Historia



José María Arguedas
Portada de la tesis doctoral de JMA "Las comunidades de España y del Perú" (UNMSM 1968)

(Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) Escritor y etnólogo peruano, renovador de la literatura de inspiración indigenista y uno de los más destacados narradores peruanos del siglo XX.
Sus padres fueron el abogado cuzqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, que se desempeñaba como juez en diversos pueblos de la región, y Victoria Altamirano Navarro. En 1917 su padre se casó en segundas nupcias (la madre había muerto tres años antes), y la familia se trasladó al pueblo de Puquio y luego a San Juan de Lucanas. Al poco tiempo el padre fue cesado como juez por razones políticas y hubo de trabajar como abogado itinerante, dejando a su hijo al cuidado de la madrastra y el hijo de ésta, quienes le daban tratamiento de sirviente.
En 1921 se escapó con su hermano Arístides de la opresión del hermanastro. Se refugiaron en la hacienda Viseca, donde vivieron dos años en contacto con los indios, hablando su idioma y aprendiendo sus costumbres, hasta que en 1923 los recogió su padre, quien los llevó en peregrinaje por diversos pueblos y ciudades de la sierra, para finalmente establecerse en Abancay.
Después de realizar sus estudios secundarios en Ica, Huancayo y Lima, ingresó en 1931 a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima para estudiar Literatura. Entre 1932 y 1937 trabajó como auxiliar de la Administración Central de Correos de Lima, pero perdió el puesto al ser apresado por participar en una manifestación estudiantil a favor de la República Española.
Después de permanecer alrededor de un año en la prisión El Sexto, fue nombrado profesor de castellano y geografía en Sicuani, en el departamento de Cuzco, cargo en que descubrió su vocación de etnólogo. En octubre de 1941 fue agregado al Ministerio de Educación para colaborar en la reforma de los planes de estudios secundarios. Tras representar al profesorado peruano en el Congreso Indigenista Interamericano de Patzcuaro (1942), reasumió su labor de profesor de castellano en los colegios nacionales Alfonso Ugarte, Nuestra Señora de Guadalupe y Mariano Melgar de Lima, hasta que en 1949 fue cesado por considerársele comunista.
En marzo de 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore en el Ministerio de Educación, para posteriormente ser promovido a Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo ministerio (1950-52). En 1953 fue nombrado Jefe del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura Peruana, y el mismo año comenzó a publicar la revista Folklore Americano (órgano del Comité Interamericano de Folklore, del que era secretario), la cual dirigió durante diez años.
A este cargo sucedieron el de director de la Casa de la Cultura del Perú (1963-1964) y director del Museo Nacional de Historia (1964-1966), desde los cuales editaría las revistas Cultura y Pueblo e Historia y Cultura. También fue profesor de etnología y quechua en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones (1950-53), catedrático del Departamento de Etnología de la Universidad de San Marcos (1958-68), y profesor en la Universidad Nacional Agraria de la Molina desde 1964 hasta su muerte, ocurrida a consecuencia de un balazo que se disparó en la sien y que ocasionaría su fallecimiento cuatro días después. Fue galardonado con el Premio Fomento a la Cultura en las áreas de Ciencias Sociales (1958) y Literatura (1959, 1962) y con el Premio Inca Garcilaso de la Vega (1968).
La obra de José María Arguedas
La producción intelectual de Arguedas es bastante amplia y comprende, además de obras de ficción, trabajos, ensayos y artículos sobre el idioma quechua, la mitología prehispánica, el folclore y la educación popular, entre otros aspectos de la cultura peruana. La circunstancia especial de haberse educado dentro de dos tradiciones culturales, la occidental y la indígena, unido a una delicada sensibilidad, le permitieron comprender y describir como ningún otro intelectual peruano la compleja realidad del indio nativo, con la que se identificó de una manera desgarradora.
Por otro lado, en Arguedas la labor del literato y la del etnólogo no están nunca totalmente disociadas, e incluso en sus estudios más académicos encontramos el mismo lenguaje lírico que en sus narraciones. Y aunque no era diestro en el manejo de las técnicas narrativas modernas, su literatura (basada especialmente en las descripciones) supo comunicar con gran intensidad la esencia de la cultura y el paisaje andinos.
Arguedas vivió un conflicto profundo entre su amor a la cultura indígena, que deseaba se mantuviera en un estado "puro", y su deseo de redimir al indio de sus condiciones económicas y sociales. Se puede decir que la añoranza a las formas tradicionales de la vida andina hizo que postulara un estatismo social, en abierta contradicción con su adhesión al socialismo.
Su obra revela el profundo amor del escritor por la cultura andina peruana, a la que debió su más temprana formación, y representa, sin duda, la cumbre del indigenismo peruano. Dos circunstancias ayudan a explicar la estrecha relación de Arguedas con el mundo campesino. En primer término, que naciera en una zona de los Andes que no tenía mayor roce con estratos occidentalizados; en segundo lugar, que a la muerte de su madre, su madrastra lo obligara a permanecer entre los indios. De esa manera asimiló la lengua quechua, y lo mismo sucedió con las costumbres y los valores éticos y culturales del poblador andino.
Esta precoz experiencia, vivida primero y simbolizada en su escritura por la oposición indios/señores, se vería más tarde reforzada con los estudios antropológicos. Como resultado de esta trama, la vida de Arguedas transcurrió entre dos mundos no sólo distintos, sino además en contienda. De allí surgió su voraz voluntad de interpretar la realidad peruana, la permanente corrección de sus ideas sobre el país y la definición de su obra como la búsqueda de una imagen válida de éste.
Ya desde sus primeros relatos se advierte la problemática que terminaría por presidir toda su escritura: la vida, los azares y los sufrimientos de los indios en las haciendas y aldeas de la sierra del Perú. Allí también se presenta esa escisión esencial de dos grupos, señores e indios, que será una constante en su obra narrativa. El espacio en que se desarrollan sus relatos es limitado, lo que permite a esta oposición social y cultural mostrarse en sus aspectos más dramáticos y dolorosos. Ya el derrotero de Arguedas está trazado; aunque en su fuero interno vive intensamente la ambigüedad de pertenecer a dos mundos, su actitud literaria es muy clara, en la medida en que determina una adhesión sin atenuantes al universo de los indígenas, generando dos cauces de expresión que se convertirán en sendos rasgos de estilo: la representación épica y la introspección lírica.
Su primer libro reúne tres cuentos con el título de Agua (1935), que describen aspectos de la vida en una aldea de los Andes peruanos. En estos relatos se advierte el primer problema al que se tuvo que enfrentar en su narrativa, que es el de encontrar un lenguaje que permitiera que sus personajes indígenas (monolingües quechuas) se pudieran expresar en idioma español sin que sonara falso. Ello se resolvería de manera adecuada con el empleo de un "lenguaje inventado": sobre una base léxica fundamentalmente española, injerta el ritmo sintáctico del quechua.
En Agua los conflictos sociales y culturales del mundo andino se observan a través de los ojos de un niño. El mundo indígena aparece como depositario de valores de solidaridad y ternura, en oposición a la violencia del mundo de los blancos.
En Yawar fiesta, de 1941, Arguedas plantea un problema de desposesión de tierras que sufren los habitantes de una comunidad. Con esta obra el autor cambia algunas de las reglas de juego de la novela indigenista, al subrayar la dignidad del nativo que ha sabido preservar sus tradiciones a pesar del desprecio de los sectores de poder. Este aspecto triunfal es, de por sí, inusual dentro del canon indigenista, y da la posibilidad de entender el mundo andino como un cuerpo unitario, regido por sus propias leyes, enfrentado al modelo occidentalizado imperante en la costa del Perú.
En Los ríos profundos, de 1958, propone la dimensión autobiográfica como clave interpretativa. En esta obra se nos muestra la formación de su protagonista, Ernesto (que recobra el nombre del niño protagonista de algunos de los relatos de Agua), a través de una serie de pruebas decisivas. Su encuentro con la ciudad de Cuzco, la vida en un colegio, su participación en la revuelta de las mujeres indígenas por la sal y el descubrimiento angustioso del sexo son algunas de las etapas a través de las cuales Ernesto define su visión del mundo. El mundo de los indios asume cada vez más connotaciones míticas, erigiéndose como un antídoto contra la brutalidad que tienen las relaciones humanas entre los blancos.
La novela siguiente, El Sexto, publicada en 1961, representa un paréntesis con respecto al ciclo andino. "El Sexto" es el nombre de la prisión de Lima donde el escritor fue encarcelado en 1937-1938 por la dictadura de Benavides. El infierno carcelario es también una metáfora de la violencia que domina toda la sociedad peruana.
Con Todas las sangres, de 1964, Arguedas reanudó, sobre bases más amplias, la representación del mundo andino. Del relato autobiográfico se pasa a un cuadro general que comprende las transformaciones económicas, sociales y culturales que suceden en la sierra peruana. A través de la historia de una familia de grandes latifundistas, el autor afronta las consecuencias del proceso de modernización que avanza sobre un mundo todavía feudal.
Todas las sangres es un proyecto narrativo de largo aliento y mucho más ambicioso, pues pretende sopesar todos los modelos que se presentan como alternativos para construir y configurar la sociedad peruana. A ello obedece su estructura coral, en la cual se enfrentan el proyecto capitalista, el orden feudal y un boceto de capitalismo nacional. Pero el autor invalida cada uno de ellos, proponiendo como legítimo un modelo social comunitario que no desdeña, empero, la modernización. Todas las sangres eleva el problema indígena a problema nacional, e incluso le brinda un tinte universal, en la medida en que el conflicto expresado en la novela corresponde ya en ese momento al llamado Tercer Mundo.
La última novela de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, que se publicó póstuma en 1971, quedó inacabada por el suicidio del escritor. Los capítulos que consiguió escribir están ambientados en Chimbote, un puerto pesquero del norte, que sufre un desarrollo impetuoso y caótico. El autor alterna la representación dramática de los costes humanos de este crecimiento, especialmente la pérdida de identidad cultural de los indios trasplantados a la ciudad, con apuntes de diario, de los cuales emerge la decisión, cada vez más inexorable, de suicidarse.
La imagen literaria de Arguedas se completa también con sus Relatos completos, reunidos en 1975, y con importantes investigaciones antropológicas y folclóricas, además de su producción poética en lengua quechua.
Con Todas las sangres, de 1964, Arguedas reanudó, sobre bases más amplias, la representación del mundo andino. Del relato autobiográfico se pasa a un cuadro general que comprende las transformaciones económicas, sociales y culturales que suceden en la sierra peruana. A través de la historia de una familia de grandes latifundistas, el autor afronta las consecuencias del proceso de modernización que avanza sobre un mundo todavía feudal.
Todas las sangres es un proyecto narrativo de largo aliento y mucho más ambicioso, pues pretende sopesar todos los modelos que se presentan como alternativos para construir y configurar la sociedad peruana. A ello obedece su estructura coral, en la cual se enfrentan el proyecto capitalista, el orden feudal y un boceto de capitalismo nacional. Pero el autor invalida cada uno de ellos, proponiendo como legítimo un modelo social comunitario que no desdeña, empero, la modernización. Todas las sangres eleva el problema indígena a problema nacional, e incluso le brinda un tinte universal, en la medida en que el conflicto expresado en la novela corresponde ya en ese momento al llamado Tercer Mundo.
La última novela de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, que se publicó póstuma en 1971, quedó inacabada por el suicidio del escritor. Los capítulos que consiguió escribir están ambientados en Chimbote, un puerto pesquero del norte, que sufre un desarrollo impetuoso y caótico. El autor alterna la representación dramática de los costes humanos de este crecimiento, especialmente la pérdida de identidad cultural de los indios trasplantados a la ciudad, con apuntes de diario, de los cuales emerge la decisión, cada vez más inexorable, de suicidarse.
La imagen literaria de Arguedas se completa también con sus Relatos completos, reunidos en 1975, y con importantes investigaciones antropológicas y folclóricas, además de su producción poética en lengua quechua.







Acta de constitución del Partido Socialista Peruano.

Escrito: El 7 de octubre de 1928. Fuente: José Carlos Mariátegui, La organización del proletariado, Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista Peruano.
Los suscritos declaran constituido un Comité que se propone trabajar en las masas obreras y campesinas conforme a los siguientes conceptos:

1 -La organización de los obreros y campesinos con carácter netamente clasista constituve el objeto de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda, y la base de la lucha contra el imperialismo extranjero y la burguesía nacional.
2.-Para la defensa de los intereses de los trabajadores de la ciudad y el campo, el Comité impulsará activamente la formación de sindicatos de fábrica, de hacienda, etc.; la federación de estos en sindicatos de industrias y su confederación en una central nacional.
3.-La lucha política exige la creación de un partido de clase, en cuya formación y orientación se esforzará tenazmente por hacer prevalecer sus puntos de vista revolucionarios clasistas. De acuerdo con las condiciones concretas actuales del Perú, el Cómité concurrirá a la constitución de un Partido Socialista, basado en las masas obreras y campesinas organizadas.
4.-Para precaverse de represiones y persecuciones desmoralizadoras, los sindicatos obreros y campesinos gestionarán su reconocimiento por la Sección del Trabajo. En su Estatuto, su declaración de principios se limitará a la afirmación de su carácter clasista y de su deber de contribuir a la fun- dación y mantenimiento de una confederación general del trabajo.
5. La organiznción sindical y el partido Socialista, por cuya formación trabajaremos, aceptarán contingentemente una táctica de frente único o alianza con organizaciones o grupos de la pequeña burguesía, siempre que estos representen efectivamente un movimiento de masas y con objetivos y reivindicaciones concretamente determinados.
6.-El Comité procederá a la formación de comités en toda la República y de células en todos los centros de trabajo, con relaciones estrictamente disciplinadas.
7 de Octubre de 1928.

NOTA Esta acta fue redactada por José Carlos Mariátegui, el 7 de octubre de 1928 como resultado de consultas y conversaciones entre agrupaciones de marxistas en el Perú, quienes acordaron encargar a la célula de Lima, dirigida por José Carlos Mariátegui, la constitución de un partido clasista proletario. El 7 de Octubre de 1928, reunidos en casa de Avelino Navarro, en el poblado de Barranco, un balneario en las afueras de Lima, los nueve miembros del grupo de Lima, entre ellos José Carlos Mariátegui, fundaron el Partido Socialista Peruano y aprobaron la presente Acta de Constitución. En la misma reunión se constituyó el Comité Central, con José Carlos Mariátegui como Secretario General, a quien se encargó la redacción del Programa del Partido, Ricardo Martínez de La Torre como Secretario de Propaganda, y a Bernardo Regman como Tesorero. A Avelino Navarro y Manuel Hinojosa se les encargó coordinar el trabajo sindicalista. Como consta en el Acta, de acuerdo a las circunstancias políticas del Perú de entonces, el nuevo partido fue denominado "Partido Socialista", para poder aprovechar en algo las posibilidades legales, pero a partir de mayo de 1930 el Partido tomó definitivamente el nombre de Partido Comunista del Perú. Por ello, sólo formalmente y por poco tiempo llevó el nombre de Socialista.


“Cuanto menos se conoce el pasado, menos se comprende el presente, se es también menos maduro como individuo o ciudadano y, a causa de ello, la posibilidad de que haya tentativas de cambiar el orden existente disminuye".


VM


La Fabrique scolaire de l’histoire, un libro para reflexionar y actuar
Rebelión, 11 de agosto de 2010


Vladislav Marjanović


Traducido por Guillermo F. Parodi y editado por Manuel Talens


La verdad es que no se hubiera podido encontrar un mejor título para un libro sobre la enseñanza de la Historia en las escuelas francesas. En efecto, esta recopilación de artículos de especialistas en la materia, publicado en 2009 por la editorial Agone, bajo la dirección de Laurence de Cock y de Emmanuelle Picard, pone el dedo en una llaga ya bien purulenta de la educación escolar: la degradación sistemática del tratamiento de la Historia en la sociedad contemporánea. Se trata de un trabajo del “Comité de Vigilancia sobre el uso público de la Historia”, fundado en Francia en 2005 con el objetivo de reaccionar contra la instrumentalización del pasado.


El objetivo que tiene en su punto de mira es la situación en Francia. Pero puede muy bien ser la de todos los demás países, puesto que, ¿cuál hoy es el lugar de la Historia en nuestro bonito mundo global, si no el de un pariente pobre cuyo nombre no se menciona en los discursos oficiales sobre la financiación de la investigación científica?

Lamentablemente, la Historia no produce mercancías que puedan venderse y no mueve dinero. Una sociedad basada en estos principios puede incluso considerarla superflua.

Pero no es ese el problema que los autores de los textos publicados en la “La Fábrica escolar de la historia” han elegido resaltar. Lo que les preocupa es la forma en que la Historia se ha enseñado y se sigue enseñando. La conclusión es abrumadora: no fueron ni los científicos, ni los pedagogos quienes tuvieron la última palabra en la elaboración de los programas de historia, sino el Estado o, en particular, los círculos gubernamentales, que decidían en función de lo que consideraban su interés. Sólo cambiaron los objetivos del programa y su carácter. De la historia de los eventos, sobre todo políticos, en la cual se exigía de los alumnos el conocimiento preciso de nombres, fechas y lugares, se pasó a una historia de las representaciones y de los grandes temas. Desde entonces, se hace hincapié en las imágenes y las memorias en detrimento del acontecimiento, en lo político, en lo económico y en lo social.

Así pues, en el primer caso, aprendían datos presentados en una continuidad, lo cual permitía fijar el lugar de los acontecimientos, pero por necesidades (políticas), si era necesario, se los deformaba o simplemente se los omitía. En el otro caso, la línea de evolución histórica se quiebra para beneficiar temas “transversales” y de “largo alcance”. Este enfoque, en apariencia más imparcial, ofrece pocas referencias que permitan comprender las causas de los eventos en toda su complejidad y permite que la manipulación de la Historia quede prácticamente intacta.

Pese a que los métodos de enseñanza hayan cambiado, el alumno en nada se beneficia. Al contrario, incluso ha salido perdiendo, dado que la enseñanza moderna favorece las generalizaciones al jugar con las “imágenes” y la sensibilización, en detrimento del análisis y la expresión. Por otra parte, la tendencia de los jefes de Estado a dar directivas sobre la interpretación de la Historia no ha desaparecido. Los presidentes Chirac y Sarkozy no dudaron en indicar a los historiadores que deben tener en cuenta el aspecto positivo del colonialismo. Incluso, se votó una ley (la ley del 23 de febrero de 2005 “sobre el papel positivo de la presencia francesa en ultramar”), retirada más tarde bajo la presión de la opinión pública. El hecho de que la enseñanza de la historia esté dirigida por los representantes del Estado, a veces por los de más alto nivel (como fue el caso de Georges Pompidou a principios de los años setenta), que no son ni historiadores ni pedagogos, no tuvo en el fondo más que un solo objetivo: el de impedir la formación de un espíritu crítico a fin de modelar una opinión pública a su gusto con un uso engañoso de los modelos y representaciones del pasado. He ahí, entonces, esas “ilusiones y desilusiones de la novela nacional”, como sugiere el subtítulo de la “Fábrica escolar de la Historia”.

Sin embargo pese a ser su lectura muy interesante e instructiva, los autores omiten en el libro la propuesta de alternativas. Así es difícil discernir qué métodos, qué pedagogía, permitirían reemplazar a la “Fábrica escolar de la Historia” ahora existente. La lectura de este libro deja la impresión de que los autores no parecen suficientemente interesados en la estructura mental de los escolares. Deberían haber tener en cuenta que la tierna edad de los estudiantes no les permite desarrollar un espíritu crítico sobre representaciones demasiado conceptuales. Sin el conocimiento de los hechos y de su encadenamiento, ¿cómo orientarse en el tiempo y en el espacio, cómo obtener las referencias y cómo comprender el mensaje que les lega el pasado? Para lograrlo ¿no será necesaria una narración simple y fácil de comprender? Los académicos de marca mayor tanto como los funcionarios de los ministerios que diseñan la enseñanza de la Historia en las escuelas tienen a menudo la tendencia a olvidar que los jóvenes prefieren el relato histórico en el que los eventos se encadenan y de los que querrían conocer la continuación, en vez de una presentación estática de los hechos, incluso si están respaldados por ilustraciones, mapas y estadísticas. Igualmente, el conocimiento de los protagonistas, de sus actos y motivaciones los motiva más que la exposición despersonalizada de grandes movimientos de pueblos y civilizaciones. Mediante esa argucia podría facilitarse enormemente el desarrollo de la argumentación y el espíritu crítico. ¿Por qué, entonces, no usarla?

Ahora bien, si una sociedad teme el desarrollo del espíritu crítico, y prefiere empobrecerlo, incluso hasta destruirlo, la mejor forma de lograrlo es privando a las nuevas generaciones de la capacidad de argumentar, sobre la base del conocimiento de los hechos históricos, del contexto de la época y de los intereses (ajenos a la moral) que los animan. Cuanto menos se conoce el pasado, menos se comprende el presente, se es también menos maduro como individuo o ciudadano y, a causa de ello, la posibilidad de que haya tentativas de cambiar el orden existente disminuye. La disminución de los cursos de Historia en la enseñanza escolar y la preferencia otorgada a los aspectos culturales sobre los que afectan a los intereses políticos y económicos ¿no concuerdan con esta lógica? Los autores de la “Fábrica de la Historia”, que, sin embargo, han indicado claramente cómo a lo largo del tiempo se manipulaba el discurso sobre la historia colonial, incluso sobre la Revolución francesa, parecen no atreverse a ir tan lejos en sus análisis. Perderá el tiempo quien busque palabras como “la manipulación de las mentes”, “propaganda” o “mitología política”. No encontrará ni la reflexión sobre el papel de los grupos industriales, de los círculos financieros, de las compañías multinacionales en la formación de la sociedad moderna y su impacto sobre la enseñanza de la Historia. No hay ninguna referencia al problema de la avidez por el poder, de la riqueza material, de la influencia del poder, de la irracionalidad de la dominación que, en nombre de las ideologías, incluidas las religiones, minan desde siempre la humanización de la sociedad. Probablemente, los autores, prefieren evitar que los traten de adeptos a las teorías de la conspiración. Pero, por otra parte, incluso si no ponen en evidencia explícitamente el tema de la descomposición del relato histórico como consecuencia de la mundialización mercantil, el contenido de sus trabajos deja percibir que de eso se trata.

El problema, al menos, está planteado. Queda pendiente encontrar la solución. No sólo en Francia, sino en todos los países del mundo. Puesto que la “Fabrica de la Historia” funciona en todas partes y la instrumentación de los dramas continúa. Después del bicentenario, La Revolución Francesa se ve privada de su importancia, el Holocausto convertido en tabú, los gulags ignorados y las masacres a ciegas de civiles, en los Balcanes o en África, seleccionadas y en caso necesario denominadas “genocidios” a fin de permitir que la “comunidad internacional” intervenga en esas zonas y que las multinacionales se establezcan allí. La Historia debe reaprenderse para que pueda responder a la misión de la que ha sido privada hasta el presente, a saber, la de orientar la vida de las generaciones futuras. Pero mientras se la siga “fabricando” ese objetivo no podrá alcanzarse. El mérito de “La Fábrica escolar de la Historia” consiste, sin embargo, en haber demostrado la perversidad de este método aplicado por el Estado en nombre de intereses muy ajenos a los científicos o pedagógicos. En ese sentido se trata de un libro que invita a reflexionar y a actuar.
 

No es, pues, sencillo, ser comunista. Nada hay de extraño que en su camino quienes militan en sus filas encuentren siempre inmensas dificultades y retos, amenazas y reveses transitorios, o también trampas y cantos de sirena ofrecidos por el adversario para disuadirlo o corromperlo. Y nada hay más legítimo, noble y elevado que asumir sus banderas, que son las de la humanidad progresista, dueña de su destino, liberada de la explotación del hombre por el hombre.

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